jueves, 22 de octubre de 2015

Reportaje Huertos urbanos: “Estamos arreglando algo que se había roto”

Hoy queremos compartir este artículo de Diagonal, que nos ha gustado especialmente. ¿Seríamos capaces de hacer algo así en Burgos???


Todmorden, una pequeña localidad inglesa de apenas 15.000 habitantes, se ha hecho famosa mundialmente por un innovador proyecto de agricultura urbana local. La idea es grandiosa por su simpleza, se señalan espacios públicos donde se pueden cultivar verduras, hortalizas, plantas medicinales y frutales. Posteriormente un grupo de 300 personas voluntarias se encargan del mantenimiento y cuidado durante dos mañanas al mes. Cualquier persona, residente o turista, puede servirse cuando llega la hora de la cosecha.

Incredible Edible (Increíbles y Comestibles) es una propuesta tan sencilla que parece ingenua vista desde nuestras mentalidades en las que todo lo que tiene valor debe llevar asignado un precio. Y sin embargo el éxito de la iniciativa ha desbordado las expectativas más optimistas, pues no se trata simplemente del hecho de cultivar verduras colectiva y socialmente, sino de articular un discurso sobre la importancia de la agricultura de proximidad, la reconstrucción del vínculo comunitario o la educación ambiental en un contexto de crisis climática y energética. Aprovechando una visita a Madrid de Mary Clear, una de las coordinadoras del proyecto, realizamos esta entrevista.
 

¿Cómo definirías Incredible Edible?

En Todmorden, sería un movimiento ciudadano que usa el cultivo y la cocina de alimentos como un vehículo para mostrar amabilidad.
 

Nos han contado que Incredible Edible arranca como una iniciativa de 'guerrilla gardening' que evoluciona rápidamente hacia una iniciativa estable compartida entre ciudadanía y administración local. ¿Cómo son los inicios del proyecto?

Al principio había menos organización y estructura, y aunque no nos gusta la definición de guerrilla gardening, porque remite a la guerra, nuestras primeras acciones para llamar la atención estaban muy relacionadas con plantar verduras sin permiso en espacios públicos. Actualmente nos ofrecen más tierra y espacios de los que podemos cultivar.

¿Cómo se logra ese cambio de un grupo pequeño y menos organizado a lo que sois hoy?

Hubo tentación de hacer una gran estructura, pero apostamos por organizarnos de forma ligera, y a la vez eficiente. Un grupo reducido toma las decisiones más cotidianas; las decisiones sobre las plantaciones y otras de mayor calado las toma el grupo ampliado. No disponemos de oficina ni de ningún personal contratado.
 

¿Cómo es la relación con la Administración local desde el inicio hasta ahora?

Al principio fue complicada, no entendían lo que hacíamos al cultivar espacios vacíos en el municipio. En cierta manera pensaban que estaban haciendo su trabajo al resistirse y plantear problemas. Ahora la relación es muy positiva y nos ofrecen muchas facilidades para hacer cosas.
 

¿Cómo se vence el miedo al vandalismo, la desconfianza a que la ciudadanía no se corresponsabilice de estas tareas, los temores a que la gente se lleve más de lo que necesita?

Al principio todo el mundo estaba asustado de todo, incluida la Administración local. Ladrones, cacas de perro, si plantas manzanas se pueden caer y descalabrar a alguien, si plantas ciruelas mancharán el pavimento, los ladrones van a venir al municipio, las plantas serán envenenadas... nada de esto ha sucedido. Dialogábamos y en tono de broma les planteábamos que en la granja los zorros, conejos, el perro y otros animales también hacían pis... y nadie se había preocupado tanto. El paso del tiempo ha diluido todos esos miedos, y además nos hemos esforzado por hacer pensar a la gente en positivo, rompiendo la desconexión con la naturaleza y con la producción de comida.
 

¿Cómo se consigue implicar a centenares de voluntarios para que participen de forma continuada en la iniciativa?

Disponemos de cerca de 300 personas voluntarias, pero no todas van siempre. Lo normal es encontrarte 40 o 60 en las jornadas de trabajo colectivo. El primer domingo lo hacemos por la mañana y el tercero por la tarde, siempre con comida colectiva. El grupo reducido de coordinación planifica lo que se va a necesitar y las tareas a cubrir, se manda a la lista de correo y la gente se va encargando de asumir las responsabilidades. Y en caso de que quede alguna cosa sin cubrir, se llama a gente de nuestra red y se le pide que venga, que la necesitamos. Siempre funciona.
 

¿Qué le aporta a la gente el hecho de cultivar su municipio?

A la gente le gusta la idea de cultivar cosas para extraños, sin saber quién las cogerá y se las comerá. Nos gusta la naturaleza, preocuparnos por la polinización, ver a los niños disfrutando con las flores y las abejas... Creo que estamos arreglando algo que se había roto. A la gente le gusta saber que a partir de pequeñas acciones están mejorando el mundo.

Se han montado zonas de cultivo en iglesias, teatros, parques de bomberos o comisarías de policía. ¿Qué papel han jugado estos huertos a la hora de divulgar la iniciativa?

Creo que los huertos del instituto, del centro de salud y de la comisaría de policía son de los más importantes, porque están en lugares muy visibles y transitados. La gente puede aprender mucho de estos huertos, pues se aplica la rotación de cultivos, hay información que explica este tipo de cosas. Son huertos educativos y los consideramos muy estratégicos para sensibilizar a la gente. Y acaban provocando cosas como que los materiales de jardinería (tijeras, palas, macetas...) incautados en plantaciones de droga por la policía sean donados a nuestra iniciativa, o que durante una extraña época de sequía los maceteros de la estación de tren fuesen regados con cantimploras cuando la gente se iba a trabajar.
 

¿De dónde sale la idea de organizar una ruta turística visitando estos huertos?

Nuestro proyecto se sostiene sobre tres patas: construir comunidad, la educación y la economía local. Todmorden está cerca de un pueblo muy turístico y aquí no venía nunca nadie, así que lo planteamos como una estrategia para atraer visitantes y dinamizar la economía local. Aporta dinero para los comercios locales que existían y sirve como estímulo para los nuevos que se han ido creando (panadería artesana, cerveza, quesos...).

Incredible Edible es una experiencia que combina el embellecimiento urbano y la sensibilización con una profunda preocupación por el funcionamiento del sistema alimentario.


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